Radio Martí
La saña no tiene fin. Los tormentos crecen. Laten las cicatrices de una cárcel injusta. Las autoridades penitenciarias cubanas, que parecen no tener límites, han incrementado la represión contra Guido Sigler Amaya, luego de que su hermano Ariel, recibiera un solidario recibimiento por parte del exilio cubano en la ciudad de Miami.
Con la voz como enfadada, cuenta desde Cuba su otro hermano, Juan Francisco, que Guido ha sido trasladado a un pabellón donde convive con más de una docenas de delincuentes comunes altamente peligrosos, en un área de apenas unos metros donde menudean las infecciones y las riñas.
De manera sospechosa, y sin explicaciones, -narra Juan Francisco- le suspendieron a Guido la fisioterapia desde hace más de veinte días, por lo que se ha visto obligado a inyecciones intravenosas para calmar sus dolores en la región cervical, las dos hernias discales en la columna vertebral y la inflamación prostática que padece.
Sin embargo, Guido Sigler Amaya no se rinde. Tuvo, y tiene, tan poco que se ha acostumbrado a vivir sólo de corazón y coraje. Con ellos transita las noches de soledad y encierro que le han impuesto. Con ellos resiste sin que su carceleros lo vean flaquear.
El parecido con su madre Gloria Amaya no es tan sólo físico. Hay sangre honrosa y mirada tierna. No necesita más. Un cepillo de lustrar zapatos y un jolongo para recolectar naranjas, fueron sus maestros en la niñez. El ejemplo de Gloria, la gloria a que aspiraba. Aprendió temprano a subsistir de sus manos, su amor, su valentía.
Tenía sólo cinco años cuando Fidel Castro bajó de sus vacaciones campestres en la Sierra Maestra y hechizó con un manojo de promesas al pueblo cubano. A tesón puro logró Guido graduarse de técnico en economía para trabajar en un Complejo Agro-Industrial del municipio Pedro Betancourt, en Matanzas. Creyó entonces que habían terminado sus penurias pero pronto comprendió que aquellas promesas eran puras demagogias.
Un día, hastiado ya, se negó a pagar la cuota sindical, su aporte a las Milicias de Tropas Territoriales, pidió su baja de los Comité de Defensa de la Revolución y si no renunció a su Carnet de Identidad fue para no perder esos apellidos que hoy lo hacen un héroe de la patria y para que tuviéramos la única foto por la que lo hemos conocido.
El 16 de noviembre de 1996, Guido Sigler Amaya fundó, junto a sus tres hermanos y un grupo de jóvenes matanceros, el Movimiento Independiente Opción Alternativa.
Durante casi siete años, su vida se convirtió en un infierno, fue detenido más de treinta veces, golpeado en plena vía pública, inducido a trabajar de limpiador de patios, albañil por cuenta propia, vendedor de cuanto aparecía y obligado a pagar cuantiosas multas por tratarse de ganar la vida de algún modo.
En ese torbellino de maltratos en que el gobierno castrista lo tenía sumido, también le tocó quedarse viudo. Parecía que el destino se ensañaba con Guido. Pero las desventuras no cesarían.
El 18 de marzo del 2003 fue detenido en su vivienda y despojado de los pocos despojos que poseía. El 4 de abril lo condenaron a 20 años de cárcel, quizás por ser tan pobre, haber sufrido y soñado tanto.
Para colmos, las autoridades cubanas no le permitieron abrazar a su hermano Ariel, el más pequeño, quizás, el más amado, cuando -por separados- los llevaron al obituario de su madre o cuando partió Ariel hacia una tierra ajena donde restablecen su salud pero no pueden borrarles las cicatrices de una cárcel injusta.
Para escuchar la denuncia de su hermano Juan Francisco Sigler Amaya, pulse aquí
Con la voz como enfadada, cuenta desde Cuba su otro hermano, Juan Francisco, que Guido ha sido trasladado a un pabellón donde convive con más de una docenas de delincuentes comunes altamente peligrosos, en un área de apenas unos metros donde menudean las infecciones y las riñas.
De manera sospechosa, y sin explicaciones, -narra Juan Francisco- le suspendieron a Guido la fisioterapia desde hace más de veinte días, por lo que se ha visto obligado a inyecciones intravenosas para calmar sus dolores en la región cervical, las dos hernias discales en la columna vertebral y la inflamación prostática que padece.
Sin embargo, Guido Sigler Amaya no se rinde. Tuvo, y tiene, tan poco que se ha acostumbrado a vivir sólo de corazón y coraje. Con ellos transita las noches de soledad y encierro que le han impuesto. Con ellos resiste sin que su carceleros lo vean flaquear.
El parecido con su madre Gloria Amaya no es tan sólo físico. Hay sangre honrosa y mirada tierna. No necesita más. Un cepillo de lustrar zapatos y un jolongo para recolectar naranjas, fueron sus maestros en la niñez. El ejemplo de Gloria, la gloria a que aspiraba. Aprendió temprano a subsistir de sus manos, su amor, su valentía.
Tenía sólo cinco años cuando Fidel Castro bajó de sus vacaciones campestres en la Sierra Maestra y hechizó con un manojo de promesas al pueblo cubano. A tesón puro logró Guido graduarse de técnico en economía para trabajar en un Complejo Agro-Industrial del municipio Pedro Betancourt, en Matanzas. Creyó entonces que habían terminado sus penurias pero pronto comprendió que aquellas promesas eran puras demagogias.
Un día, hastiado ya, se negó a pagar la cuota sindical, su aporte a las Milicias de Tropas Territoriales, pidió su baja de los Comité de Defensa de la Revolución y si no renunció a su Carnet de Identidad fue para no perder esos apellidos que hoy lo hacen un héroe de la patria y para que tuviéramos la única foto por la que lo hemos conocido.
El 16 de noviembre de 1996, Guido Sigler Amaya fundó, junto a sus tres hermanos y un grupo de jóvenes matanceros, el Movimiento Independiente Opción Alternativa.
Durante casi siete años, su vida se convirtió en un infierno, fue detenido más de treinta veces, golpeado en plena vía pública, inducido a trabajar de limpiador de patios, albañil por cuenta propia, vendedor de cuanto aparecía y obligado a pagar cuantiosas multas por tratarse de ganar la vida de algún modo.
En ese torbellino de maltratos en que el gobierno castrista lo tenía sumido, también le tocó quedarse viudo. Parecía que el destino se ensañaba con Guido. Pero las desventuras no cesarían.
El 18 de marzo del 2003 fue detenido en su vivienda y despojado de los pocos despojos que poseía. El 4 de abril lo condenaron a 20 años de cárcel, quizás por ser tan pobre, haber sufrido y soñado tanto.
Para colmos, las autoridades cubanas no le permitieron abrazar a su hermano Ariel, el más pequeño, quizás, el más amado, cuando -por separados- los llevaron al obituario de su madre o cuando partió Ariel hacia una tierra ajena donde restablecen su salud pero no pueden borrarles las cicatrices de una cárcel injusta.
Para escuchar la denuncia de su hermano Juan Francisco Sigler Amaya, pulse aquí
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